Hoy vivimos en un mundo cada vez más obsesionado con la ciencia. Sí, podemos enviar al hombre a la Luna, explorar la superficie de Marte e incluso estudiar la galaxia con sondas de la NASA. Con tecnología informática avanzada y satélites que orbitan la Tierra, nos podemos comunicar con cualquiera en cualquier lugar en un instante.
Sin embargo, con todos los avances que la ciencia nos ha traído, hay un vacío. De hecho, es un abismo. En el fondo del abismo están las humanidades. Por eso, no debería sorprendernos que a pesar de la tecnología avanzada del siglo XXI, la ciencia aún no pueda prevenir la guerra.
¿Y qué hay de las alarmas que anuncian el terrorismo que son parte de la existencia cotidiana? ¿Los problemas familiares que se consideran parte de la rutina diaria llamada vida? Es una señal de alerta que ocurre en millones de hogares cada día. ¿Y qué hay de criar a los hijos hoy en día? Si no son las drogas, es la preocupación tan común de si realmente recibirán una educación. Esa es la alerta de terror real y es un código de alerta máxima.
La respuesta a los problemas mundiales no se encontrará en lo “material”. De eso no hay duda. Porque si esas soluciones no pueden evitar la guerra entre naciones, entonces ¿cómo se espera que respondan a preguntas como “amor”, “felicidad” o “tranquilidad”? Por lo tanto, no podemos esperar que la solución se encuentre en las sustancias químicas. A no ser que uno participe en una utopía sintetizada, o “un mundo feliz”, con una droga placentera perfecta.
Es justo lo que vemos en el mundo, con conglomerados multimillonarios que dan una cornucopia de nuevas pastillas como panacea para todos los males, haciendo de la industria farmacéutica el negocio más lucrativo del planeta, más que la banca, las altas finanzas, el petróleo o los ordenadores. El sentido común nos dice que es la respuesta incorrecta.
Después de todo, no es coincidencia que la llegada de esas drogas siempre coincida con la expiración de la patente de la última. Ese es un hecho.
Y cuando el éxito de la última pastilla “para sentirse bien” se juzga por el lucro, entonces que no les sorprenda cuando el resultado no sea la felicidad. Después de todo, ¿qué ocurriría entonces con todos esos valores de primera?
Como todo empresario sabe, en los negocios, el buen marketing requiere un flujo de salida constante de productos nuevos. Aparte de eso, las estadísticas lo dicen todo: esas pastillas no sirven.